Si hay un nombre que representa al financiero especulador del siglo XIX ese es el de José María de Salamanca y Mayol. Nacido en Málaga en 1811 casó con Isabel Livermoore, convirtiéndose en cuñado del industrial Manuel Agustín Heredia, lo que le abrió muchas puertas en los negocios, tanto en la capital malagueña como en Madrid, donde pronto se estableció.
Contribuyó a su éxito empresarial sus buenos contactos con los políticos, a los que hacía partícipes de sus beneficios con comisiones muy sustanciosas. De esta manera tenía información privilegiada que le servía para sustanciosas jugadas en la Bolsa o para lograr concesiones gubernamentales, en especial en la construcción de la red ferroviaria, que en esos años alcanzó una frenética actividad.
En esa red de contactos no faltaba ni siquiera la familia real, ya que su relación con Fernando Muñoz, duque de Riánsares, esposo de la reina madre María Cristina, era conocida a la vez que criticada por muchos sectores de la sociedad, debido a la falta de moralidad pública que conllevaba, puro tráfico de influencias en el lenguaje actual.
Una biografía novelada del malagueño ennoblecido con los títulos de marqués de Salamanca y conde de los Llanos titulada José de Salamanca, marqués de Salamanca. (El Montecristo español),fue escrita por Florentino Hernández Girbal y editada por Lira, Madrid, en 1992.
Una obra que a pesar de sus casi setecientas páginas se lee con rapidez debido a la ágil y amena pluma del autor y en la que podemos encontrar algunas referencias al marqués del Duero, entre ellas la siguiente:
El 9 de marzo de 1853 tres senadores presentaron una proposición para que los ferrocarriles fueran regulados por una ley especial. La proposición se discutió el 6 de abril y fue un constante ataque a Salamanca. El que más duro se mostró fue el general Concha, afirmando que las concesiones más irregulares eran las que se habían otorgado a Salamanca, con el apoyo del duque de Riánsares.
«-Y apoyado por tan alta influencia-dijo, arreciando en su dureza-se le hubiera concedido aunque se hubiese tenido que pasar por encima de todas las leyes y de todas las consideraciones.»
Si algún lector, acostumbrado a las palabras insultantes, a veces groseras, de los actuales políticos españoles, piensa que esta frase del marqués del Duero es poco incisiva, hay que aclarar que en la dialéctica parlamentaria de mediados del XIX se hilaba más fino y cualquier insinuación de ese tipo podía acarrear que se retara a duelo al contrincante.
Dejar un comentario
¿Quieres unirte a la conversación?Siéntete libre de contribuir