Dicen que era el mayor tesoro, sobre todo de monedas de oro y de plata, que cruzó el Atlántico, el que transportaba el navío San Pedro de Alcántara. Salió de El Callao (Virreinato del Perú) en abril de 1785. El exceso de carga y las malas condiciones del buque obligaron a una escala en Río de Janeiro para repararlo, de donde zarpó de nuevo con destino a la metrópoli. Pero en vez de llegar a Cádiz, en una noche de mala visibilidad se estrelló en la costa portuguesa, en las rocas de Peniche, al norte de Lisboa, el 2 de febrero de 1786.

Francisco de Goya, pintor en 1808 de las gestas heroicas de los madrileños contra los invasores franceses, plasmó unos años antes, en 1794, las terribles escenas del naufragio del San Pedro de Alcántara. Un cadáver desnudo, una mujer desesperada que clama al cielo, y otras personas entre las piedras nos recuerdan los más de cien ahogados, entre ellos muchos prisioneros indígenas partidarios del rebelde Túpac Maru.

La Corona española organizó enseguida el rescate del valioso cargamento, recuperando su mayor parte, y también 62 de los 64 cañones del barco. Aunque todavía, en nuestros tiempos, permanecen algunos restos del naufragio bajo el mar.

Hace algún tiempo, el gran aficionado a la historia de la Armada española y a la historia de San Pedro Alcántara, Francisco Gómez Reynaldo, nos hizo llegar un esclarecedor artículo sobre este trágico hecho, publicado en el número 67 de la Revista de Historia Naval, que el lector interesado puede consultar en la web correspondiente del Ministerio de Defensa.

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