Apertura al culto de la iglesia de la colonia
Entre la voluminosa correspondencia cruzada entre el marqués del Duero y sus representantes en San Pedro Alcántara, y que se conserva en el archivo familiar del marquesado del Duero, actualmente en Jerez de la Frontera, hay una carta que nos desvela los detalles de la bendición y apertura al culto del templo sampedreño, que se produjo el domingo 22 de agosto de 1869.
El administrador principal de San Pedro Alcántara, Ángel María Chacón, comunicaba a Manuel Gutiérrez de la Concha el acontecimiento y le expresaba su satisfacción por el mismo:
«Hoy he tenido un día muy agradable, porque cuando me confió usted la Administración de la Colonia concebí tres pensamientos: 1.º, constituir el gran centro productor a que usted aspiraba; 2.º, garantizar para la industria esta producción; y 3.º, inaugurar la Iglesia proyectada para reconcentración de las costumbres morales del nuevo pueblo agrícola e industrial».
Estas ideas del administrador, que compartiría sin duda con el marqués del Duero, nos indica lo que San Pedro Alcántara significaba para el fundador y sus colaboradores, algo más que un simple establecimiento agrícola e industrial, esto es una nueva población en la cual al bienestar material de sus habitantes debía sumarse el espiritual.
Como lugar de acogida, como soporte físico de esa fuerza moral, se construyó el templo, de tamaño considerable en el conjunto del pequeño caserío que acaba de nacer, conformado por tres calles y una plaza. Y se le dio prioridad con respecto a otras construcciones, pues recordemos que la fábrica azucarera no se pudo en funcionamiento hasta mayo de 1871, debido a la falta de liquidez en la economía de los marqueses del Duero. Cuestión de prioridades.
La apertura del templo fue una decisión rápida que tomó Ángel María Chacón al visitar al arcipreste de Marbella, para organizar una procesión, que habían demandado los colonos, como acción de gracias por las beneficiosas lluvias caídas. Decisión fundamentada en la falta de espacio que existía en la capilla que hasta entonces se utilizaba como lugar de culto, una vivienda habilitada en la cual apenas cabían para oír misa una cuarta parte de los pobladores de San Pedro.
Para inaugurar la iglesia fue necesario sacar del edificio una serie de objetos que se almacenaban en su interior: maquinaria agrícola, sacos de abono mineral y el taller de carpintería que incluía una máquina de aserrar madera. El lema de la colonia, «Virtud y Trabajo», se refleja en esta función de gran almacén que tuvo el templo antes de ser bendecido. Esto ocurría porque faltaba espacio en los edificios de la colonia, para los materiales, los animales y los hombres, a pesar de la afanosa construcción de nuevas viviendas. Pues ese año mismo año de 1869 se finalizó un grupo de viviendas situados en el lateral oriental de la plaza de la Iglesia, la llamada Casa de Dependientes o Casillas Nuevas, debido a la notable afluencia de colonos que llegaban deseosos de incorporarse al proyecto sampedreño.
De este modo, se celebró misa solemne el 22 de agosto de 1869, después de la bendición impartida por el arcipreste, que contaba con la oportuna autorización del obispo de Málaga. A continuación hubo una «procesión concurridísima», tras la cual se invitó a comer a 31 personas, autoridades clérigos y seglares, aunque Chacón justificaba el gasto, ¡siempre velando por la frágil economía de su principal!, aduciendo que si el acto se hubiera anunciado con más anticipación los compromisos y los consiguientes gastos habrían sido mayores.
Los detallados informes de Chacón a su superior, algo habitual en la correspondencia dirigida al marqués del Duero, nos permite conocer incluso el tamaño exacto de la tabla del altar mayor, que medía 3 metros y 2 centímetros de largo por 1 metro y 11 centímetros de ancho, o las gestiones para conseguir las imágenes para el nuevo templo, y las reacciones en el pueblo tras recibir un San José con Niño:
«…ha entusiasmado a las gentes de pueblo y efectivamente es para entusiasmar, porque la talla es admirable… Esperamos un San Francisco de Paula muy bueno que había en las Monjas Claras y si nos lo mandan habremos reunido en San Pedro Alcántara las mejores imágenes que había en Málaga».
Esta tarea de recogida de santos estuvo favorecida por las sucesivas desamortizaciones eclesiásticas, que provocaron el cierre de numerosos conventos de la capital y proporcionaron objetos para la nueva iglesia sampedreña, aunque no estuvo exenta de dificultades, sobre todo económicas.
Y como todo debía organizarse en la colonia con la meticulosidad que exigía el militar fundador, y con el fin de dotarla de instituciones propias, al año siguiente, concretamente el 19 de octubre de 1870, se hacía entrega a Fernando Rosado Guzmán, mayordomo de la Cofradía de San Pedro de Alcántara -la cual se puede considerar como antecedente de la actual Hermandad- de los enseres del templo, y se especificaban en el acta de entrega algunas normas de funcionamiento, como la libra de cera mensual que debían aportar para el culto los diez colonos que tenían tienda.
En el mismo documento se menciona la cesión de las imágenes a la cofradía y se hace constar quienes fueron los donantes:
San Pedro de Alcántara, monjas Catalinas de Málaga.
Nuestro Señor San José, marquesa del Duero.
Nuestra Señora de los Remedios, arcipreste de Marbella.
Nuestra Señora del Pilar, Diego de Lachica.
En lo que respecta al edificio de la iglesia de San Pedro Alcántara posee características que se pueden encontrar en algunos templos del siglo XVIII y por su pureza de líneas encaja en una tipología de arquitectura colonial. Destaca por su airosa torre-pórtico y dignifica a la plaza por su dimensión y por el amplio pórtico, según han descrito diversos historiadores del arte.
Destaca su fachada de entrada, situada en la parte opuesta al altar mayor. Se compone de un triple pórtico en la planta baja, con arcos de medio punto que se corresponde con la nave central, mientras que los dos espacios laterales lo hacen con las naves laterales. En la primera planta se mantiene un ritmo semejante, disminuyendo su anchura progresivamente, con tres calles separadas por pilastras, con un ventanal en el panel central y dos hornacinas en los paneles laterales, prolongándose las dos pilastras centrales en la segunda planta, que es la de la torre, situada en el eje central de la fachada, que tiene forma prismática y con tejado a cuatro aguas, dispone de arcos de medio punto en cada uno de los frentes, dejando ver las campanas. Este conjunto de torre pórtico, que para algunos autores recuerda el esquema arquitectónico de la capilla de la Virgen del Socorro (Portichuelo) de Antequera, queda elevado en relación al nivel de la plaza por una corta escalinata, pero amplia, cuyos laterales se prolongan hasta abrazar casi toda la fachada.
La iglesia, tras los incendios provocados en 1936, fue restaurada por el arquitecto diocesano Enrique Atencia y abierta de nuevo al culto en el año 1943. El interior es de planta basilical, dividido en tres naves, una principal y dos laterales. La nave central está cubierta con una bóveda de medio cañón con lunetos, mientras que las laterales lo hacen con bóvedas de arista. La capilla mayor desarrolla un espacio en ábside y está cubierta con una bóveda semiesférica. Se puede destacar el ritmo de arcos y hornacinas, y en el extremo contrario al altar mayor existe un pequeño coro.
Para ilustrar este apartado, resulta muy adecuado el testimonio de María Paz Osorio, que evoca sus recuerdos de infancia y madurez en relación al templo sampedreño:
«…mi abuela Pepa (la propietaria de la fonda) cada domingo antes de ir a misa nos embadurnaba de polvos de Heno de Pravia y a mi parecía que toda la iglesia olía a ellos ligados con el olor de la cera de las velas…. La iglesia en que me bauticé, hice la primera comunión, me preparé para casarme, celebré mis alegrías y lloré la ausencia de mis seres queridos. Mi iglesia, vuestra iglesia».
Ha transcurrido casi siglo y medio de fe religiosa, desde que en 1869 se bendijera la iglesia en honor a san Pedro de Alcántara. Y han pasado algunos años más de creencia en la capacidad del hombre, desde que Manuel de la Concha fue adquiriendo las fincas que conformaron la colonia, confianza en el propio esfuerzo y en el de los hombres y mujeres que llegaron para poblar este territorio.
Esa fe sampedreña, la divina y la humana, múltiple y heterogénea como los lugares de procedencia de los habitantes del lugar, se ha mantenido con el transcurrir del tiempo, a pesar de inconvenientes de todo tipo. Esa convicción en las propias posibilidades, en la historia común, en la historia que se escribe día a día, con el ejemplo de los vecinos más nobles, los que son y los que fueron… esa perseverancia identifica a San Pedro Alcántara como pueblo.
Tomado de:
CASADO BELLAGARZA, José Luis (2005), «San Pedro Alcántara y sus fiestas patronales (1896-1952)», en GÓMEZ DUARTE, Juan Andrés (coord.), San Pedro de Alcántara. Recuerdos de un pueblo y su patrón, San Pedro Alcántara, Hermandad de San Pedro de Alcántara, pp. 9-40.
Muy bueno el artículo. Enhorabuena.