Munarriz y Chacon

María Jesús Munárriz y Jorge Chacón. Abárzuza, 27 de marzo de 2011

Texto explicativo de las fotografías expuestas en el Homenaje al marqués del Duero, organizado por la Hermandad de San Pedro de Alcántara el 27 de junio de 2011.

El autobús al completo, fletado por la Hermandad del Santo Patrón, había salido de San Pedro Alcántara. En Madrid el marqués del Duero, desde su caballo de bronce en el Paseo de la Castellana, le señaló el camino con su brazo extendido. Los expedicionarios habían recorrido tierras de Burgos, La Rioja y ahora, ya en Navarra, hicieron una breve parada en Estella. Subió al autobús doña María Jesús Munárriz. Toda ella amabilidad nos guiaba hacia el cercano pueblecito de Abárzuza. Fue el 27 de febrero de 2011.

Manuel Gutiérrez de la Concha era ya un hombre mayor cuando llegó a Abárzuza el 26 de junio de 1874, estableciéndose en la mejor casa de la localidad, perteneciente a la familia Munárriz. No le pesaban sus 66 años. No se quejaba de sus viejas heridas, algunas con más de cuarenta años, que con el cambio de tiempo notaba en su cuerpo, en aquellos huesos y músculos que lo habían impulsado en los combates de la Primera Guerra Carlista, a la que llegó como un jovencísimo oficial y en la cual terminó como mariscal de campo, repleto su pecho de condecoraciones. Acumulaba también el desgaste de la otra guerra, la Segunda Carlista, donde, ya como capitán general de Cataluña, se erigió en claro vencedor. Tampoco se quejaba de esto. Su carácter, forjado en la disciplina militar desde la infancia, estaba por encima de esas debilidades. Esa fortaleza fue la que le impulsó a aceptar su misión en una contienda civil más, la Tercera Carlista, poniendo de nuevo su espada al servicio de la causa liberal.

En cambio, a Manuel de la Concha le abatían otros pensamientos. En pocos más de tres años asistió a la muerte de su esposa. También soportó la pérdida de su proyecto más personal, alejado de lo que había sido su vida en la milicia y en la política, una empresa que serviría de ejemplo para la regeneración de la agricultura española: la colonia de San Pedro Alcántara, que había surgido de la nada, en las fértiles tierras del sur, ya no le pertenecía. Esa noche, al levantarse de la mesa, abarrotada de mapas y esquemas de lo que iba a ser la batalla del día siguiente, le vinieron a la mente algunas de esas amarguras. Pero las esquivó rápidamente, parapetado en las tiernas imágenes de su hija Petra y de su nieto, un hombrecito que llevaría orgulloso en el futuro su título. El marqués del Duero se fue a la cama.

El autobús frenó poco a poco. Se divisaba Abárzuza a 500 metros. Entonces, María Jesús Munárriz nos indicó que íbamos a visitar el sencillo monumento levantado en las faldas de Monte Muru. Una verja guarda un recinto de apenas diez metros cuadrados donde se levanta una columna truncada sobre una base con varias inscripciones que recuerdan al general Concha. Una pareja de la Guardia Civil custodió mientras tanto el autobús en la estrecha carretera. Bajo la leve llovizna que regaba la pradera de Monte Muru, los sampedreños bajamos a rendirle homenaje al heroico general, en forma de una oración y una corona de laurel, que portaba el marido de María Jesús.

El general Concha se disponía a la lucha final contra los reaccionarios. La marcha desde Bilbao, donde junto con el general Serrano (presidente del Gobierno) había entrado triunfal tras liberar del asedio a sus habitantes, duraba ya casi dos meses debido a la fuerte resistencia carlista que encontraba un excelente aliado en la complicada orografía de las tierras vascas y navarras, que obligaba a una lucha pueblo por pueblo, y a veces casa por casa. Convertido en jefe supremo del Ejército del Norte, tras la marcha de Serrano a Madrid, y al frente de 30.000 soldados de infantería, 2.000 jinetes y 50 cañones la toma de Estella, capital del carlismo, debía constituir la victoria definitiva y confirmarle como lo que era: el mejor táctico del momento.

Sin embargo, las complicaciones de los últimos días iban retrasando el ataque final. La persistente lluvia enfangaba los caminos y dificultaba el avance de hombres, animales y carros. Por esta misma razón los víveres escaseaban. De todas formas, la mañana del 27 de junio ordenó el ataque sobre Estella, en un amplio frente dominado por colinas donde se atrincheraba el enemigo. El combate duró todo el día. Los soldados liberales empapados por la lluvia, exhaustos por el cansancio, abatidos por la fuerte resistencia de los contrarios, que contraatacaban causando numerosas bajas. El general Concha disgustado por el curso de la batalla se acercó a la línea de combate, intentando animar con su presencia a sus tropas antes de que anocheciera. Eran las siete y media de la tarde cuando con un grupo de sus ayudantes ascendió a una altura para observar la situación, antes de ordenar la retirada hasta el día siguiente… entonces fueron tiroteados. Entre los heridos el general Concha, abatido por un balazo en el pecho en el momento de subir a caballo.

Conducido a Abárzuza, la gravedad de la herida hizo que falleciera en la misma cama donde había pasado la noche anterior. Esta cama, todavía con los restos de sangre en un edredón es la que ha conservado la familia propietaria de la casa, tal como nos explicaba María Jesús Munárriz. La alcoba donde expiró el marqués del Duero es una habitación pequeña que se abre a otra mucho más amplia, que le sirvió de cuartel general. Ahora está convertida en un verdadero museo, con muebles y objetos de la época, además de numerosos cuadros con ilustraciones sobre el militar, mapas y copias de documentos. Allí escuchamos, respetuosos, el relato de los hechos de boca de la señora de la casa, acompañada de su marido, hijos y otros familiares. Su emoción, al tener como público embelesado a una nutrida representación de la localidad que fundó el general, se tradujo en lágrimas, que también surgieron de los ojos de algunos visitantes. Con posterioridad mucho de los presentes firmamos en un libro de visitas que custodia la familia Munárriz, heredado de generación en generación, y donde han estampado su opinión militares y autoridades descendientes de carlistas y liberales, en excelente muestra de reconciliación. En él expresamos con nuestros mensajes el agradecimiento por la acogida de la que fuimos objeto y la admiración por la tarea de conservación de la memoria de nuestro admirado y común personaje.

La generosidad de los dueños de la vivienda no acabó aquí, que nos agasajaron con un aperitivo en otro lugar de la misma. Los brindis fueron por Abárzuza y San Pedro Alcántara y por un hermanamiento futuro. Respondió por nuestra parte el hermano mayor, Jorge Chacón, con sentidas palabras; entregó a la familia algunos libros sobre el marqués del Duero editados por la Hermandad del Santo Patrón, e invitó a la familia Munárriz a visitar nuestro pueblo, donde sin duda, será excelentemente recibida.

Asimismo, la despedida fue enormemente emotiva. Ocupando la entrada a la casa y una espaciosa escalera de acceso a la primera planta, se cantó el himno a San Pedro de Alcántara, que sirvió de prólogo a los abrazos finales. Al salir de la hermosa residencia donde pasó sus últimos momentos el fundador de San Pedro Alcántara, el sol hacía brillar la portada de piedra en todo su esplendor, magnífico telón de fondo para los disparos de nuestras cámaras, eco pacífico de aquellos que acabaron con las vidas de tantos soldados de ambos bandos. Las fotos de aquel día constituyen para nosotros un inolvidable recuerdo del lugar donde «expiró el primer soldado español de aquellos maldecidos tiempos».

Museo Toledo

Altura sobre altura. Fortaleza sobre fortaleza. El Alcázar de Toledo acoge desde el verano de 2010 el nuevo Museo del Ejército. Después de años de remodelación arquitectónica y discusiones metodológicas la colección de objetos, abigarrados en la antigua sede madrileña, ha dado paso a un planteamiento museográfico moderno con piezas de primer nivel, que hacen del museo militar español uno de los más relevantes del mundo. Esto no quita algunos defectos como la dificultad para la lectura de los paneles indicativos de las piezas o que uno pueda perderse, fruto no únicamente de salas y más salas de exposición, sino de un recorrido señalizado con improvisados carteles adheridos a las paredes.

De todas formas el conjunto supera brillantemente su objetivo de divulgar un patrimonio histórico con objetos de todas las épocas, en varios recorridos plenamente didácticos, desde la espada de Boabdil a los uniformes femeninos de la actualidad.

Una sala de acceso impresionante por la altura de sus pilares, permiten admirar las excavaciones arqueológicas que nos acercan a la historia más remota del Alcázar. A continuación podemos elegir las salas del recorrido temático que abarcan dos plantas, entre ellas las dedicadas a «La uniformidad del Ejército español», «Condecoraciones» o «Las miniaturas». Y continuar por las dos plantas siguientes, las del recorrido histórico, que abarcan desde 1492 hasta el siglo XX.

En la sección dedicada al Estado Liberal, y en un apartado de Cultura Militar, destaca la figura del marqués del Duero, con un retrato al óleo, entre otros contemporáneos, mientras que en la parte inferior se exponen tres libros: el Diccionario Militar de José Almirante, las Nociones del Arte Militar de Francisco Villamartín, y entre los dos un volumen de la Táctica de las Tres Armas de nuestro personaje. Todo un reconocimiento entre los teóricos del siglo XIX.

Asimismo, en el museo se muestran objetos que nos recuerdan personajes que se cruzaron en la azarosa vida de Manuel de la Concha. Amigos y enemigos de los cuales ahora se exponen unos junto a otros sus objetos más personales. Entre ellos un estuche con pistolas de cañones dobles que pertenecieron a Baldomero Espartero junto a un bastón de mando de Diego de León. Recordemos que en el levantamiento de 1841 contra Espartero, fueron compañeros Manuel de la Concha y Diego de León. Y también en el museo se encuentra la chaqueta de húsar de Diego de León y su chaleco azul cristino con los seis impactos de bala que acabaron de su vida, tras no indultarlo Espartero.

Sobrecoge una bandera carlista con una calavera y las tibias cruzadas, enseña para causar el pavor a los enemigos en el combate, al recordar a los antiguos piratas, en lo que fue una lucha sin cuartel. Contienda civil con actos de heroísmo por ambas partes, pero también de barbarie, como en cualquier guerra, pero más deleznables aún en una entre compatriotas. En esta sección, dedicada a las Guerras Carlistas, se expone un busto de bronce del general Concha, figura destacada en las tres que tuvieron lugar. Su espada. Su leopoldina. Y como recuerdo impactante la levita que llevaba puesta en la batalla de Monte Muru, en la que se puede ver el agujero de la bala que le produjo la muerte la tarde del 27 de junio de 1874.

Marcha fúnebre dibujo color

Los actos en homenaje a Manuel Gutiérrez de la Concha, fundador de San Pedro Alcántara, en el aniversario de su fallecimiento (27 de junio de 1874), comenzarán el domingo 27 de junio a las 8 y media de la tarde en la iglesia de San Pedro de Alcántara con la interpretación al órgano por parte de José Torres Acevedo, director de la Coral de San Pedro de Alcántara, de la marcha fúnebre titulada «Homenaje a la memoria del marqués del Duero», compuesta hacia 1876 por el músico Antonio de la Cruz, cuya partitura se ha localizado en la Biblioteca Nacional de España.

Antonio de la Cruz nació en Granada en 1825 donde comenzó sus estudios musicales. Colaboró con el Liceo granadino, en cuyo teatro estrenó en 1840 una zarzuela cómica. En 1850 se trasladó a Madrid donde publicó obras pianísticas y canciones en varias revistas. Volvió a Granada y posteriormente se trasladó a Almería, donde fue profesor de piano, canto y armonía. En 1881 volvió a Madrid donde falleció en 1889. La obra de Cruz es representativa de la música de salón de la segunda mitad del siglo XIX, siendo mayoría las piezas para piano, ligeramente sentimentales.

Emilio Casares, en su Diccionario de la música española e hispanoamericana, dice de él que escribió más de doscientas composiciones, entre las que se encuentra la marcha fúnebre en memoria del marqués del Duero, que tiene una versión para piano y otra para banda. De esta última sabemos que fue tocada en Cartagena durante la Semana Santa de 1917. Y no tenemos noticia de que alguna vez haya sido interpretada en San Pedro Alcántara. Por lo tanto, supone una novedosa aportación al patrimonio cultural de este pueblo, que este año cumple su 150 aniversario, y se pone a disposición del mismo para que se pueda ejecutar tanto en el homenaje anual al marqués del Duero como en las procesiones de Semana Santa.

Con anterioridad a la audición musical intervendrán:

Jorge Chacón Jiménez, hermano mayor de la Hermandad de San Pedro de Alcántara.

José Luis Casado Bellagarza, presidente de la Asociación San Pedro Alcántara 1860.

Y Francisco Jesús Barrientos Mayén, profesor de música de Enseñanza Secundaria

Con posterioridad, y como viene siendo tradicional, se colocará una corona de laurel en la escultura que representa al marqués del Duero, fundador de la colonia agrícola de San Pedro Alcántara.

Organizan: Asociación San Pedro Alcántara 1860 y Hermandad de San Pedro de Alcántara. Colabora: Parroquia de San Pedro Alcántara.

Trapiche edificio frente

«La última batalla del marqués del Duero» se titulaba un artículo publicado en el periódico Sur el 7 de mayo de 2001, por Lucía Prieto y José L. Casado, en el cual se defendían los valores y la conservación del Trapiche de Guadaiza, como respuesta a las ideas de miembros del gobierno municipal del GIL: Julián Muñoz, primer teniente de alcalde del Ayuntamiento de Marbella, y José Luis Troyano, teniente de alcalde de San Pedro Alcántara, que habían hecho unas declaraciones sobre el escaso valor histórico del edificio y la conversión de una de las naves (la que se ve en la fotografía) en restaurante, que regentaría una empresa local.

Artículo, en PDF, sobre el Trapiche de Guadaiza, Sur, 7 de mayo de 2001

Marques Salamanca

Si hay un nombre que representa al financiero especulador del siglo XIX ese es el de José María de Salamanca y Mayol. Nacido en Málaga en 1811 casó con Isabel Livermoore, convirtiéndose en cuñado del industrial Manuel Agustín Heredia, lo que le abrió muchas puertas en los negocios, tanto en la capital malagueña como en Madrid, donde pronto se estableció.

Contribuyó a su éxito empresarial sus buenos contactos con los políticos, a los que hacía partícipes de sus beneficios con comisiones muy sustanciosas. De esta manera tenía información privilegiada que le servía para sustanciosas jugadas en la  Bolsa o para lograr concesiones gubernamentales, en especial en la construcción  de la red ferroviaria, que en esos años alcanzó una frenética actividad.

En esa red de contactos no faltaba ni siquiera la familia real, ya que su relación con Fernando Muñoz, duque de Riánsares, esposo de la reina madre María Cristina, era  conocida a la vez que criticada por muchos sectores de la sociedad, debido a la falta de moralidad pública que conllevaba, puro tráfico de influencias en el lenguaje actual.

Una biografía novelada del malagueño ennoblecido con los títulos de marqués de Salamanca y conde de los Llanos titulada José de Salamanca, marqués de Salamanca. (El Montecristo español),fue escrita por Florentino Hernández Girbal y  editada por Lira, Madrid, en 1992.

Una obra que a pesar de sus casi setecientas páginas se lee con rapidez debido a la ágil y amena pluma del autor y en la que podemos encontrar algunas referencias al marqués del Duero, entre ellas la siguiente:

El 9 de marzo de 1853 tres senadores presentaron una proposición para que los ferrocarriles fueran regulados por una ley especial. La proposición se discutió el 6 de abril y fue un constante ataque a Salamanca. El que más duro se mostró fue el general Concha, afirmando que las concesiones más irregulares eran las que se habían otorgado a Salamanca, con el apoyo del duque de Riánsares.

«-Y apoyado por tan alta influencia-dijo, arreciando en su dureza-se le hubiera concedido aunque se hubiese tenido que pasar por encima de todas las leyes y de todas las consideraciones.»

Si algún lector, acostumbrado a las palabras insultantes, a veces groseras, de los actuales políticos españoles, piensa que esta frase del marqués del Duero es poco incisiva, hay que aclarar que en la dialéctica parlamentaria de mediados del XIX se hilaba más fino y cualquier insinuación de ese tipo podía acarrear que se retara a duelo al contrincante.