Paulino Arias Juárez (1888-1956), se graduó como ingeniero agrónomo en la Escuela de Madrid en 1913. Al año siguiente se incorporó a la Granja Escuela de Jerez de la Frontera.
En este municipio también dedicó sus esfuerzos a la dirección de la colonia agrícola de Caulina, publicando algunos trabajos sobre la misma. Asimismo, en otros artículos abordó diversos temas, como los cultivos y la ganadería en el entonces Marruecos español, así como de otros relacionados con riegos, industrialización de los productos del campo, o las pasas de Málaga, siendo su último aportación a un Congreso Internacional un estudio sobre el azúcar de caña, editado en 1954, dos años antes de su muerte.
En el ámbito profesional tuvo un gran reconocimiento, y desempeñó importantes cometidos en la empresa privada y en el ámbito estatal.
En los años treinta se incorporó a la Sociedad General Azucarera de España. Entre otros destinos sería el máximo responsable de la colonia de San Pedro Alcántara, de donde marcharía en abril de 1933, para incorporarse como vocal representante de los ingenieros agrónomos al Comité Ejecutivo del Instituto de Reforma Agraria.
En 1941 se trasladaría de nuevo a Málaga, esta vez al Centro de Cultivos Subtropicales del Instituto Nacional de Investigaciones Agronómicas.
Como director de la colonia de San Pedro Alcántara tuvo la máxima responsabilidad sobre el latifundio, sus cultivos, sus trabajadores. Además, su buena posición económica (se conocen fotos de su estupendo automóvil), en una finca que se convertía en jardín en torno a las viviendas de los dirigentes en la plaza principal, debió de proporcionarle, a él y su familia, una confortable estancia.
Una muestra de su integración en la vida cotidiana de la localidad se vislumbra en la primera comunión de sus hijos Carlos Manuel y María Cruz, que tuvo lugar en la “iglesia de la colonia” el 12 de mayo de 1932.
Sin embargo, este año se tornaría triste en lo personal, con el fallecimiento de otra hija el 3 de septiembre, con sólo siete meses de edad, María Carmen Arias Martínez, cuyos restos reposan en el cementerio de la antigua colonia agrícola de San Pedro Alcántara.

El chófer Esteban Guillén con el coche de Paulino Arias, director de la colonia, en la puerta de la iglesia. Archivo Familia Durán Mora.

 

Ricardo Soriano, promotor del Hotel El Rodeo en la década de 1940 y uno de los pioneros de la Marbella turística, fue detenido en San Sebastián el 25 de marzo de 1936 en relación al atentado cometido el 12 de ese mes por falangistas contra Luis Jiménez de Asúa, uno de los penalistas más destacados del siglo XX, diputado del PSOE y vicepresidente del Congreso. Según los periódicos de esos días, se le acusaba de prestar su avioneta para que algunos de los implicados en el ataque escaparan a Francia. Conducido a Madrid, Soriano fue puesto en libertad el día 27.
Antonio Rivero (2019), en “El ausente. La novela de José Antonio Primo de Rivera”, donde narra los tres últimos años de vida del fundador de la Falange, recrea una conversación de Ricardo Soriano con Juan Antonio de Ansaldo, “rico aviador y playboy” (Preston, 2013 y 2019) —en esto coinciden los dos interlocutores—. Ansaldo, organizador de las escuadras terroristas Falanges de Sangre, le pide a Soriano su avioneta para huir a Francia con algunos de los participantes en el atentado, que si bien no logró el objetivo de asesinar al diputado socialista acabó con la vida del policía de escolta.
Este apoyo del reconocido e ilustre vecino de Marbella a los conspiradores en el golpe de estado del 18 de julio contra el Gobierno republicano no es novedosa. Ya Ana María Mata (2005), en su novela biográfica “Un hombre para una ciudad. Ricardo Soriano”, indicaba que se alineó con los sublevados debido a sus intereses económicos, así puso sus aviones a disposición de los franquistas en el frente del Norte, a cambio cuando acabó la guerra recibió el reconocimiento de los vencedores.
De todas formas, no resulta extraño que Soriano, como terrateniente y millonario, estuviera entre los elementos derechistas que apoyaron la sublevación militar. Además, como noble, el marqués de Ivanrey coincidía en estatus con el jefe supremo de los falangistas, ya que Primo de Rivera era marqués de Estella. Nombre actual de una calle de San Pedro Alcántara, algo inexplicable después de más de cuarenta años de democracia y de la promulgación de diversas normas sobre Memoria Histórica.

El historiador José Luis Casado con la Alcoholera al fondo, en el barrio de El Ingenio. JOSELE

JOAQUINA DUEÑAS, DIARIO SUR, 1 DE ABRIL DE 2021

El barrio de El Ingenio es uno de los más populares de San Pedro Alcántara. Pocas calles de casas familiares que cuentan con una larga historia nacida a la sombra de la caña de azúcar. Todo empezó en 1860 cuando arranca la colonia de San Pedro con fincas que El Marqués del Duero había ido comprando desde la zona de El Rodeo en Marbella hasta Guadalmansa en Estepona, incluido parte de Benahavís. Un total de 3.340 hectáreas que se repartían más o menos a partes iguales entre los tres términos municipales. José Luis Casado es historiador especializado en San Pedro y ha trabajado durante años sobre La Alcoholera, germen en este barrio. Él es quien explica cómo «tras años exportando la caña de azúcar llegan a la conclusión de que es más rentable moler aquí la caña y vender directamente el azúcar, así que en 1871 empieza la fábrica y la alcoholera».

Un recinto industrial que incluía, además de la fábrica, la destilería y todas las instalaciones relacionadas, viviendas para los obreros, escuela, economato, panadería y establo. En total, más de 54.000 metros cuadrados de los que ya solo se conserva la parte industrial, que actualmente se dedica a actividades culturales con un teatro y varias salas de exposiciones, una de ellas, dedicada, precisamente a su propia historia. La parte museística puede visitarse cuando La Alcoholera abre para los espectáculos teatrales o solicitando cita previa en la delegación de Cultura.
En el entorno de ese edificio histórico se desarrolló el barrio de El Ingenio que desde los inicios de los años 60 del siglo pasado, con el auge del turismo, produjo un importante crecimiento de la población y las casas de los antiguos trabajadores de la azucarera se reformaron para acoger a los nuevos empleados del turismo venidos, sobre todo, de comarcas cercanas.

Pero antes de eso, «la fábrica de azúcar recibió el nombre de ‘El Ángel’», comenta Casado, según reflejan documentos de la época «y una vagoneta llevaba, primero la caña y luego el azúcar a los barcos que esperaban en el mar porque la mayoría del transporte de mercancías, igual que ahora, era marítimo. Sólo hay que ver lo que ha pasado ahora en el Canal de Suez», sonríe «y traía carbón y los suministros necesarios». El cambio de nombre, parece que tuvo que ver con intentar evitar confusiones con la actual colonia de El Ángel. «De la melaza se destilaba el alcohol que se usaba para hacer licores o como combustible», detalla.

La zafra. La población se multiplicaba en la temporada de la zafra y se habilitaban chozas y barracones
A las tareas y al tiempo que dura la cosecha y molienda de la caña se denomina zafra. «Duraba desde marzo hasta junio y mientras los hombres se encargaban de cortar la caña, las mujeres, incluso los niños, eran encargadas de mondarlas. Una tarea dura porque las hojas de la caña son afiladas y causan bastantes cortes», puntualiza el historiador. A finales del siglo XIX, la colonia tenía 2.000 trabajadores del campo. «La gran afluencia de temporeros para la zafra causaba problemas de alojamiento para lo que se habilitaban albergues en La Granja, (en el actual Trapiche de Guadaiza), y en los cortijos de La Granadilla, Las Medranas, Cancelada o Cortes, además de chozas junto al molino harinero a la salida del pueblo», relata.

Aunque nunca fue especialmente rentable, el declive llegó con la irrupción de la remolacha para la producción de azúcar, de hecho, llegó a plantarse en San Pedro y hubo años en los que fue la única cosecha, sin embargo, las condiciones climáticas no eran adecuadas para este tubérculo y fue un fracaso. En 1915, la fábrica cierra sus puertas pero no es el final de su historia. Así lo Cuenta Casado: «1937, en la Guerra Civil, es bombardeada porque se refugiaron en ella milicianos de Ronda y del Campo de Gibraltar». Posteriormente, en 1983 la compró el Ayuntamiento y ahora puede sentirse la historia oculta entre sus muros o en su torre de destilación donde hay un moderno ascensor.

 

Se nos perdió una calle en San Pedro Alcántara. Desde la década de 1920 a la de 1960 su nombre aparece en los documentos municipales, sobre todo en los padrones, con sus viviendas, sus habitantes… Pero luego se le pierde la pista.
¿Por qué se llamaba así? ¿Dónde estaba esa calle? ¿Se cambió su nombre por otro? ¿Desapareció engullida por construcciones o alguna remodelación urbana?
La primera pregunta tiene rápida respuesta. En 1912 Juan Dougnac Montejano, de 59 años, residía en la Plaza, clasificado como “empleado” acompañado de su hijo, Jesús Dougnac Ledón, de 15 años. Escasos datos.
Pero gracias a un nieto, Tomás Jesús Dougnac Moreno, profesor universitario jubilado, con el que tuve el placer de conversar (enero de 2021), pude conocer más sobre él.
Juan Bautista Dougnac era hijo de Pierre Dougnac, un militar francés que había llegado en 1823 con el ejército francés llamado los Cien Mil Hijos de San Luis, enviado por el rey Luis XVIII, para ayudar a Fernando VII en sus afanes absolutistas. Pierre casó con una murciana de Molina de Segura, Josefa Montejano y Vargas, de ese matrimonio nació el primer Dougnac español.
Juan Bautista Dougnac Montejano fue militar en Cuba y alcanzó el grado de teniente coronel. Con posterioridad, en su faceta civil, y como ingeniero industrial se trasladó a la Península.
De este modo llegaría a San Pedro Alcántara en 1910, año en que la Sociedad General Azucarera de España adquirió la colonia. Luego se trasladaría a otras localidades donde la compañía tenía fábricas, como Motril, Salobreña o Granada, según se desprende de lo explicado por su nieto, que también nos informó que una hermana de nombre Carmen, casada con un ingeniero belga, residía en el barrio de El Ingenio. Y que el apellido Dougnac lo llevan parientes repartidos por diversos países de Europa y América.
Entre 1900 y 1910 surgió la calle Nueva, límite entre las viviendas iniciales de la colonia y las que surgieron para los habitantes que llegaron con el auge de los establecimientos azucareros de comienzos de siglo. A la calle Nueva en el lindero norte se opuso la calle Dougnac en el lindero sur, en esos años el final del casco urbano del pequeño pueblo. Denominación del que suponemos era el máximo responsable de la Sociedad General Azucarera de España en el establecimiento agroindustrial.
En la actualidad lo que era la calle Dougnac se denomina Hernán Cortés desde los años sesenta del pasado siglo, cuando con la nueva inmigración, esta vez debido al turismo, comenzó la prolongación de la calle Marqués del Duero. ¿Por qué este nombre? Quizá por cerrar el círculo de otros personajes de la conquista de América en el callejero sampedreño, como Pizarro o Lagasca, sin olvidar que en la España franquista de la época se glosaba todo lo que sonara a Imperio.
Valga, por último, una breve lista de moradores de la extraviada calle Dougnac, algunos de ellos recordados por José Castellano:
En 1945 vivía allí Eduardo Tineo Cerván, casado con Paula Gil Sánchez, tenían una hija, Carmen, y tres hijos, José, Diego y Juan Tineo Gil.
Y Gabriel González Sánchez, marido de Ana Lara Guerrero, que completaban la familia con dos hijas, Catalina y Ana González Lara.
También en 1945 residía en esa calle Ana Rosillo Becerra, viuda con dos hijos, Francisco y Manuel Ortiz Rosillo, que seguían viviendo allí en 1955.
De igual modo, otra viuda, vivía en esa calle en este mismo año, Antonia Mairena Bandera, con tres hijas, Ana, Josefa y María Ortiz Mairena.

EL LAZARETO
Es el barrio situado al norte del actual mercado municipal. Definido como lugar para aislar a infectados o sospechosos de enfermedad contagiosa, no hay noticias de su utilización, que podía haber sido para personas pero también para poner en cuarentena animales de la colonia.
En 1924, según el padrón municipal de habitantes, vivían en el Cortijo del Lazareto Fernando Lara Vázquez, de 33 años, con su esposa, Isabel Lara Sánchez, de 25 años, y sus hijas María y Antonia, de 4 y 2 años.

FAMILIA NUMEROSÍSIMA
En el padrón de 1924 el matrimonio formado por Francisco López Rosa, nacido en 1871, y Antonia López Barrera, en 1875, constan con un total de 12 hijos: Manuel López López, Francisco, Miguel, Teresa, Ana, Isabel, Encarnación, Dolores, Rosa, Carmen, Vicente y Rosaura, con fechas de nacimiento entre 1896 y 1929, de los cuales cuatro eran varones y el resto mujeres. Vivían en “Almacén de la playa”.
En 1935 el matrimonio continúa en el mismo lugar de residencia. La esposa está consignada con el nombre de Agustina. La ocupación del padre parece haber mejorado, pues pasa de “campo” en el padrón anterior a “guarda” en este último. Una de las hijas, Teresa, ya no consta en el listado familiar.
En 1945, domiciliados en Las Bóvedas (al parecer seguían residiendo en el almacén citado), el grupo se reduce a la madre, inscrita entonces como Angustias López Barrera, ya viuda y con 70 años (ó 75), que vive con sus hijos Manuel, Miguel, Vicente y Rosaura. En la misma zona también está registrada una de las hijas, Isabel López López, casada con Juan Gambero Pérez, que tienen tres hijos: Antonio, Francisco y Dolores. De igual modo, otra hija, Carmen, forma otro núcleo familiar.
Hay que aclarar que igual que el nombre de la madre, las fechas de nacimiento sufren variaciones en algunos recuentos poblacionales.

PESCADORES
Encontramos por primera vez esta ocupación en el padrón de 1950. Así aparece inscrito Felipe Santisteban Vázquez, de 43 años, casado con Ascensión Donoso Valero, tienen cinco hijos: Francisco, Joaquín, Ana, Luisa, Felipe y María del Carmen.
También se dedica a la pesca José Pérez Nieto, de 55 años, casado con Isabel Martínez García, con cuatro hijos: Isabel, Narcisa, Ramón y Natividad. El único varón, Ramón Pérez Martínez, de 17 años, consta asimismo como pescador.
Al igual que Juan Gambero Pérez, de 48 años, casado con Isabel López López, y que tienen cuatro hijos: Antonio, Francisco, Dolores y Juan.
Todos ellos están domiciliados en el “Almacén de la playa”, donde actualmente se encuentra el Restaurante El Ancla.
Por otra parte, en “Santa Ana”, viven tres pescadores. Se trata de José González Torre, de 55 años y su hermano Cristóbal González Torre, ambos viudos. Y un hijo del primero, Francisco González Carrillo, de 21 años.