Parcela arrasada de Vega del Mar, 29 de septiembre de 2011
La visión no deja, no puede dejar, indiferente a nadie con algo de sensibilidad, descartada esta palabra del diccionario mental de los que han promovido o ejecutado la bestial tala, en el curso de los trabajos de rehabilitación de la basílica paleocristiana de Vega del Mar. Porque los que han conocido el bosque de eucaliptos en Lista Vista baja se sobrecogen cuando contemplan el enorme hueco dejado en el paisaje por los taladores, un hueco que se traslada al corazón de los que hemos contemplado y disfrutado de ese bosquecillo junto a la orilla del mar.
Un espacio de tierra apisonada se abre donde antes se levantaban los árboles que rodeaban la basílica y su necrópolis. Un vacío que extraña y estremece, al percatarse, después de la primera impresión visual, de la muerte indiscriminada de tantos y tantos ejemplares de los árboles. De una especie que no hace demasiado tiempo poblaba grandes extensiones de la colonia de San Pedro Alcántara, hasta el extremo de convertirse en símbolo de la misma. Pues según uno de los promotores del turismo en nuestra comarca: Ramiro Campos Turmo (1929), que proyectaba «El jardín de España» entre Marbella e Istán, poblándolo de árboles característicos de diferentes lugares de nuestro país y San Pedro Alcántara estaría representado por «El eucaliptus, árbol generoso que saneó los terrenos marítimos».
Sabemos que el eucalipto es un árbol perseguido, casi maldito. Su origen lejano hace que no encaje en los ecosistemas que nos rodean: no fertilizan la tierra donde se encuentran plantados y no promueve otras vidas vegetales o animales en su entorno.
Pero en San Pedro Alcántara este árbol sí fue promotor de vida, y nada menos que de la humana. Porque se plantaron para desecar las zonas encharcadas de las desembocaduras de los ríos, en este caso de Linda Vista era el arroyo del Chopo y el arroyo del Negro (hoy entubado y prácticamente desaparecido). Así se eliminaron charcos donde los mosquitos propagadores del paludismo tenían un lugar idóneo de propagación, y libraron de la enfermedad y la muerte a muchos sampedreños hasta entrado el siglo XX. Solamente por esto hubieran merecido que se conservara ese eucaliptal, pero es que también tuvo un aprovechamiento forestal inmenso, al ser un árbol de crecimiento rápido. Según José Gómez Zotano (2005), su madera era utilizada como combustible, así se empleaba en la central eléctrica del Salto del Agua, cuando la fuerza del agua que llegaba a ella era insuficiente para mover las dinamos, por lo tanto esos ahora destruidos eucaliptos producían la electricidad que necesitaba nuestro pueblo. Eucaliptos que, según este profesor de la Universidad de Granada, alcanzaron un alto grado de naturalización en el territorio sampedreño, y cubrieron extensas parcelas, como el bosque de Pernet. Y superaban en número, con creces, al resto de los árboles plantados en el latifundio sampedreño, como está documentado en un inventario del año 1918, en el cual se puede comprobar que de un total de 296.852 árboles, había 203.181 eucaliptos, seguidos muy de lejos por 27.185 pinos piñoneros o 15.761 chopos. Y aunque han ido disminuyendo su presencia entre nosotros, todavía podemos apreciar agrupaciones en las inmediaciones de San Pedro Alcántara o ejemplares majestuosos, en altura y grosor, como algunos situados en Guadalmina, El Ingenio, el Paseo Marítimo o en las mismas arenas de la playa de la Salida.
Fueron estos eucaliptos, ahora extirpados de raíz de la fértil tierra sampedreña, los que propiciaron a comienzos del siglo XX, cuando se plantaron, el descubrimiento de la iglesia y necrópolis de aquellos primeros cristianos malagueños, los que vivieron y murieron en Vega del Mar. Eucaliptos que respetaron el ingeniero José María Martínez Oppelt, que investigó los restos arqueológicos por primera vez, en la década de 1910, o el arqueólogo José Pérez de Barradas en los años siguientes. Al igual que hicieron más tarde otros reputados investigadores alemanes o españoles, como Rafael Puertas o Carlos Posac, que publicaron diversos trabajos sobre sus excavaciones en el templo-cementerio de San Pedro Alcántara.
Hace tiempo que el bosque fue cercado, como otras muchas zonas verdes, por intereses urbanísticos o por la ineficacia de la gestión municipal, que por ejemplo ha dejado morir y no ha repuesto las palmeras de la calle Marqués del Duero. De este modo, los intereses particulares han ganado una batalla, otra más, a los generales, a los vecinos que han dejado de disfrutar de jornadas de convivencia acompañados de un espeto o de una paella a la sombra de los eucaliptos, tras un baño en la playa cercana. Se fue sitiando el bosque, abatiendo los árboles y construyendo edificios, por lo cual no sería extraño que este último asalto sea el preludio de su fin definitivo, marcado ya con tinta indeleble en algún plan urbanístico, que ansía un terreno en primera línea de playa.
La excusa de protección para el yacimiento resulta incongruente, pues la mayor parte de los eucaliptos que se encontraban en la basílica y su alrededor se habían ido eliminando paulatinamente, por lo que las estructuras ya poco tenían que temer de sus raíces, cortados algunos con el pesar de los que lo defendían, como don Carlos Posac, que durante las excavaciones y cuando se hallaba algún elemento deteriorado por los árboles y alguien proponía su exterminio, decía que él además de arqueólogo pertenecía a la Sociedad Protectora de Animales y Plantas.
Quizá estuviera justificada todavía alguna entresaca pero no la tala indiscriminada y salvaje que ha destruido un paisaje secular y familiar. Todo un atentado al medio ambiente y a la historia de San Pedro Alcántara.
Ahora sólo nos queda arrancar está página de la guía arqueológica escrita por el doctor Posac (1999), al igual que han arrancado de cuajo los eucaliptos:
«Con el paso de los años se han convertido en unos árboles esbeltos de gran altura. Y si bien podemos culparlos de haber causado graves trastornos en las estructuras de los muros y sepulturas, con el empuje de sus extendidas raíces, también merecen alabanzas porque brindan estímulos estéticos y emotivos que contribuyen a dejar un recuerdo muy grato en el ánimo de cuantos visitan aquel paraje. Así, por ejemplo, cuando sopla la brisa marina el tenue movimiento de sus millares de hojas lanceoladas produce un rumor suave que podría interpretarse como un eco lejanísimo de las salmodias que resonaron antaño en el recinto del santuario».
Eucaliptos en Vega del Mar, según las memorias arqueológicas de Pérez de Barradas. Hacia 1930
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