Fabrica Zamarilla 

Antes de que se abriera la fábrica de El Ingenio en la colonia de San Pedro Alcántara, la caña de azúcar se llevaba a Málaga para molerla, acordándose diversos contratos entre el marqués del Duero y los propietarios de algunas azucareras de la capital.

En el libro de SANTIAGO RAMOS, Antonio; BONILLA ESTÉBANEZ, Isabel y GUZMÁN VALDIVIA, Antonio (2001), Cien años de historia de las fábricas malagueñas (1820-1930), publicado en Málaga por la editorial Acento Andaluz, encontramos un capítulo dedicado al azúcar, ilustrado profusamente con planos, dibujos y fotografías. De este libro hemos entresacado algunas notas sobre las fábricas que establecieron, o pretendieron establecer, acuerdos con la colonia sampedreña para moler su caña:

La fábrica de Martín Heredia, inaugurada en 1860 en la Malagueta, fue la primera que se instaló en la ciudad de Málaga, tenía capacidad para moler de 5.000 a 6.000 arrobas cada día. Aunque se dedicaba principalmente al refino, también molía caña procedente de la provincia. Funcionó a pleno rendimiento hasta mediados de la década de 1870.

La azucarera de Zamarrilla abrió en 1863, como iniciativa de J. S. Smith y Compañía, y poco tiempo después pasó a ser propiedad de Viuda de Frutos, Portal y Compañía, denominándose Nuestra Señora de la Concepción. En 1880 fue absorbida por la Compañía Azucarera Malagueña, entre cuyos accionistas se encontraban algunos miembros de la familia Larios, pasando finalmente a integrarse en la sociedad Hijos de Martín Larios.

La fábrica de San Guillermo fue promovida por los hermanos Eduardo y Guillermo Huelin Reissig. Abierta en 1870 a su alrededor se creó el barrio de Huelin, una de las más destacadas operaciones urbanísticas del siglo XIX malagueño, para albergar a los obreros de la fábrica.

Casa Administracion 1962

Casa de Administración o de Robledano, en la plaza de la Iglesia

RECUERDOS DE MI INFANCIA EN SAN PEDRO ALCÁNTARA 

Por José Castellano Alarcón

El título de este artículo quizás pueda parecer un lugar común, pero no es así porque con el mismo quiero expresar un sentimiento de enraizamiento muy profundo a la tierra, al pueblo donde vi la luz por primera vez.
Recuerdo mis primeros años jugando en la finca de mis abuelos, José Alarcón y Josefa López, en El Ingenio, cuya casa, muy grande, (mis abuelos tuvieron diez hijos), tenía anejos un gran patio para albergar carros, arados y aperos de labranza, además de un gallinero y un tinado para vacas y bueyes que, junto con mulas, eran utilizados en las distintas labores. Me viene también a la memoria un automóvil en un cobertizo, no sé si era Buick o Ford, probablemente el único de San Pedro en aquel tiempo y apenas utilizado por la falta de combustible. Estas tierras estaban regadas por las aguas del pantano de La Leche y la acequia de Guadalmina. Ellos no dudaron en apostar por San Pedro Alcántara y más tarde sus hijos, que tanto dieron a nuestro pueblo con su trabajo. Los productos agrícolas eran enviados, al igual que de otras fincas vecinas, principalmente para su consumo en Gibraltar, Algeciras y Ceuta, acarreados por transportistas de la vecina Estepona hasta el mercado de mayoristas de La Línea y a Algeciras para su embarque.
Cómo recuerdo a otros agricultores locales conocidos pero hoy lejanos en la memoria, (Manuel Duarte, cuya lucha por el agua de riego era proverbial, -pueden preguntar a mi amigo Ignacio López «El Mecha», que por aquel entonces era y fue por mucho tiempo, alcalde del agua-, José Sánchez, Antonio Martín,- de la finca Los Perales-, más aquellos que en el momento de escribir esto lamento de veras no recordar. También recuerdo como mi abuela, una mujer menuda pero de fuerte carácter y gran bondad, se preocupaba al llegar el mal tiempo en invierno de preparar, al igual que otras familias, productos del campo y de la matanza, para ayudar a los pescadores que venían de Marbella a San Pedro cuando los temporales en la mar no les permitían faenar, a paliar sus necesidades alimenticias. En San Pedro siempre ha habido solidaridad entre sus habitantes y con los otros pueblos.
Recuerdo a mi primer maestro, entre 1947 y 1948, D. Ramón, una persona admirable, con su pelliza en invierno, maestro rural con el que aprendí las primeras letras, que vino de otras tierras, incapacitado legalmente para el ejercicio de su magisterio por haber estado durante la guerra en zona republicana, que daba clases en las casas del campo por unas pesetas más la comida y se alojaba en la posada.
No puedo olvidar la llegada de un muy joven párroco D. Francisco Espada Gallardo, de feliz memoria. Había que verlo los domingos por la mañana, después de misa, paseando por los campos para ver a los que no habían ido a la Iglesia y estaban trabajando para reconvenirles; luego, por la tarde-noche, mandaba al cabo de la Guardia Civil al baile de Salvador Espada, «el Ratón», para comprobar que no hubiera jóvenes menores de edad y se guardaban las formas morales de la época. Con el tiempo se fueron relajando las conductas.
Fue un gran acontecimiento para la parroquia la llegada, en un frío 21 de enero de 1956, del Obispo D. Emilio Benavent Escuin, auxiliar del Cardenal D. Ángel Herrera Oria en Málaga, para las, que creo, primeras confirmaciones de la postguerra, siendo el que esto escribe uno de los confirmados.
Por aquella época llegó el nuevo médico titular de Sanidad, D. Eduardo Evangelista Arenas, de grata memoria para todos, con su peculiar buen carácter y gran profesionalidad, cuando ser médico de pueblo exigía estar disponible día y noche y preparado para acudir a donde fuera, con buen o mal tiempo, lo que hacía gustosamente sin quejas. San Pedro lo recordará siempre y se honra de haberle dedicado una calle con su nombre.
La Diputación Provincial había construido en la prolongación de la calle Marqués del Duero la llamada «Casa del Médico», que constaba de vivienda para el facultativo, una sala para consultas, otra para curas y cirugía menor, amplia sala de espera y otras dependencias menores. En ella se instaló D. Eduardo.
Recuerdo la escuela nacional de D. Natalio Aznarte Carvajal, en la Villa, sobre la cual podría contar mil anécdotas y nuestros juegos en la Plaza de la Iglesia, en los que alguna vez nos acompañó un jovencito dominico, el padre Justo Jiménez, cuando venía a visitar a su hermano Félix y familia. A D.ª Gloria Cabezudo, esposa de D. Natalio, con la que en el mes de mayo hacíamos el «Mes de María» y que me preparó para el examen de ingreso en el nuevo instituto de Marbella.
D. Natalio atendía también la Cooperativa Agrícola, que llamábamos «el Sindicato», por lo que no era extraño que, durante las clases, llegara Miguel «El Guarda», para avisarle de que tenía una llamada en el teléfono de la Casa Robledano, en la que se podría haber instalado el museo sobre la Colonia, pero desgraciadamente fue destruida junto con el magnífico y antiguo jardín botánico anexo, para especular por aquellos dirigentes de Marbella que solo ha apreciado a este pueblo según el número de votos que obtienen en él. Algo parecido puede ocurrir con los actuales, con su muy escaso o nulo interés por rehabilitar el Trapiche, edificio más antiguo del lugar a punto de derrumbarse, a cuyas obras van dando largas, en este caso no por especular, sino porque presentimos que no les importa acabar con cualquier vestigio de la historia de San Pedro, utilizando de sofismas y medias verdades para intentar convencer a la gente del porque de su falta de dedicación a nuestro pueblo, cuya lista de carencias es muy prolija.
Entre las familias más destacadas podemos señalar a los Mackintosh, propietarios de los terrenos que hoy ocupa la Urbanización Linda Vista, cuya finca se dedicó, igual que otras, a la agricultura, con un gran higueral en la parte alta y una huerta de chirimoyos, en los que se entremezclaban naranjos y algunos otros frutales, delante de la casa principal. Recuerdo haber jugado en ella con mi amigo Eduardo, el menor de los dos hermanos y otros compañeros. Junto a la casa había un corral con gallinas, patos y quizás alguna perdiz, de lo que se ocupaba la tía Virtudes. Esta familia fue pionera en parcelar parte de sus tierras y en ella construyeron sus casas, en los años sesenta, personajes tan conocidos como Augusto Algueró y Carmen Sevilla, Luis Mariano, (que dedicó una canción a San Pedro Alcántara en francés), además de otros personajes de diversa índole.
En un gran galpón que había en la finca se entrenaba con una muleta en el llamado «arte de Cúchares», el, por entonces, joven Juan Jiménez, con un artilugio construido con una rueda y un cuadro de bicicleta, unos cuernos de vaca en lugar del manillar y encima hojas de chumbera como lomo del animal, para clavar las banderillas, con unas agarraderas detrás para empujar, siendo Miguel Morito, su mozo de espadas y, algunas veces Juan Carlos Mackintosh, los que hacían correr al «toro».
De Juan Jiménez, gran emprendedor, qué se puede decir que no sea sabido, echándose en falta que después de haber mantenido durante años la mayor tienda de muebles y artículos para el hogar de la Costa, que daba realce a San Pedro, y haber construido numerosas obras de relieve en la población, no haya recibido un muy merecido reconocimiento público, al igual que cualquiera de las personas antes mencionadas, pero me temo solo son «interesantes» determinados personajes, a los que no trato de restar ningún merito.
Me acuerdo muy bien de D. Antonio Margaleff, capitán jubilado del ejército, que venía dos o tres veces a la semana en una vieja motocicleta con sidecar a San Pedro desde cerca de Marbella, en el año 1955, para darnos clases de lengua francesa a un grupo en la Villa de San Luis.
Entrados los años cincuenta se inauguró en el Ingenio, con una gran fiesta, la fábrica de mármoles que, al principio, se aprovisionaba de material que provenía de una cantera en Benahavís (creo que la empresa se denominaba Mármoles Benahavís, S.A.) y hubieron de excavar pozos para conseguir la gran cantidad de agua que se consumía en el tratamiento del mármol. Dio trabajo a buen número de personas, llegando especialistas de otros lugares que se instalaron aquí, siendo esta fábrica la adelantada en su tiempo de lo que llegó a ser la construcción en nuestra zona. En ella trabajaron, entre otros, los hermanos Curro y Antonio Andrades, Miguel «El Pillín, Pepe «El Guareño».
No quiero dejar de mencionar la almadraba para la captura de atunes y otras especies, instalada en nuestras aguas en los años cincuenta que por falta de rentabilidad al disminuir el número de capturas, fue desmantelada antes de lo previsto. Mientras funcionó fue un acicate económico para San Pedro al ofrecer trabajo a bastantes personas en distintos oficios. El capitán de la almadraba y Juan Gámez, aparcero de los Mackintosh, fueron muy amigos, ambos buenas personas de una gran cachaza. Un mediodía que ambos tomaban una copa en el kiosco de Gambero, éste le dijo a Juan: «aquí tiene usted un café de ayer tarde», a lo que Juan respondió: «pues tírelo usted Paco, que ya debe estar frío». La fábrica de hielo de Guadalmina, donde se aprovisionaban los camiones de pescado procedentes de Algeciras y Estepona en su camino hacia Madrid.
Hay más recuerdos que fluyen, pero harían interminable este humilde artículo que no tiene más anhelo que el de tener presente a un pueblo siempre laborioso en la agricultura como la industria, la pesca y, más adelante el turismo, además de rendir homenaje a todos los que lucharon y luchan por engrandecerlo, cuya lista sería interminable, y tener en cuenta que siempre ha sido y será suficiente por sí mismo, como se ha demostrado desde su fundación, sin necesitar, en absoluto, la tutela de ningún otro, aunque quieran hacernos comulgar con ruedas de molino y, repito, con sofismas.
Finalmente, agradecer a la Hermandad del Santo Patrón la oportunidad que me ha dado para hacer un viaje en el tiempo y expresar mis sentimientos, y a todo aquel que haya tenido la paciencia de leer hasta el final.
No puedo evitar despedirme con un VIVA SAN PEDRO ALCÁNTARA

Este artículo fue publicado en el número 3 de la revista Vivencias de Hermandad, que edita la Hermandad del Santo Patrón San Pedro de Alcántara, en octubre de 2011, y cuyo contenido completo puede verse en: http://www.sanpedrodealcantara.org/
 

Soledad Rverde

Fotografía cedida por María Ramírez a la Hermandad de San Pedro de Alcántara

Eran malos tiempos para las manifestaciones de fe religiosa, que necesitaban de autorización para salir a la calle, en un ambiente crispado por la violencia anticlerical que había estallado desde los primeros momentos de la Segunda República, como los sucesos que terminaron con la quema de iglesias y conventos en Málaga en mayo de 1931, y que obligó a suspender las procesiones de Semana Santa en la capital durante los años 1932, 1933 y 1934.
En San Pedro Alcántara un grupo de fieles, solicitó permiso al gestor-alcalde de Marbella para sacar en procesión a la Virgen de la Soledad la noche del Viernes Santo. Autorización que le fue concedida, porque no olvidemos que estamos en el bienio derechista y gobernaba el municipio un representante del Partido Republicano Radical: Eugenio Lima Chacón.

He aquí el texto de la petición:
«Los que suscriben vecinos todos de la barriada de San Pedro Alcántara suplican al Sr. Alcalde de ésta Ciudad de Marbella, conceda permiso para poder sacar la Procesión de la Virgen de la Soledad en la noche de hoy, por ser deseo ferviente y unánime de éste vecindario en cuyo nombre los abajo firmantes nos dirijimos (sic) a V.S.
Esperando de su rectitud y bondad acceda a n/ petición le saludamos atentamente,
San Pedro Alcántara a 30 de marzo de 1.934»

Y el nombre de los peticionarios, que hemos intentado completar lo más posible, a partir del documento que se conserva en el Archivo Municipal de Marbella:

Juan Osorio Fernández
Francisco Romero Piña
José Carlos Amores Blanco
Esteban Pérez Machuca
Andrés Pérez Rodríguez
Pedro Infante Martín
Juan del Río Núñez
Juan Ramírez Ríos
Rafael Mérida Pedrosa
Miguel Torquemada Villanueva
Rafael Mérida Guillén.
Francisco Martín Sánchez
Alfonso Lozano Ruiz.
Pedro Ríos Muñoz
Juan Muñoz
Juan Benítez Ortiz
Soledad 1934

Medalla del Nazareno

Insertamos el artículo sobre la historia de la «Semana Santa en San Pedro Alcántara», de María del Pilar Murillo Marín y Jesús Alberto Domínguez Macías, publicado en el número 1 de la revista Rosa Verde, julio de 1994.

Semana Santa en San Pedro Alcántara, en PDF

Lavadero San Pedro Alcantara

Hace 50 años San Pedro Alcántara se desperezaba lentamente. Tras la larga y penosa posguerra comenzaba a reactivarse la economía, mejoraba el suministro de alimentos y otros bienes de consumo. Se construían nuevas casas en el pueblo y algún que otro chalet en los alrededores. Comenzaba tímidamente la llegada de turismo. Conozcamos, a través de breves notas, como era el San Pedro de 1956.

Al comenzar ese año las fuerzas de la Guardia Civil, pertenecientes al 37 Tercio, 137 Comandancia y 3.ª compañía, eran de 1 cabo y 7 guardias en San Pedro Alcántara; 1 sargento, 1 cabo y 7 guardias en el destacamento de Bóvedas, y de 1 cabo y 6 guardias en la cercana colonia de El Ángel. En total 24 efectivos. Además, el cuartel de San Pedro disponía de dos caballos.

En enero visitó el pueblo el obispo auxiliar de la diócesis, monseñor Emilio Benavent Escuín (el títular era Ángel Herrera Oria), que también estuvo en Estepona. Se le recibió con cohetes, lo que supuso un gasto de 30 pesetas; también se le pagaron a Alfonso Lozano Ruiz 20 pesetas por el almuerzo que hizo el chófer del prelado. En total 50 pesetas o lo que es lo mismo 30 céntimos de euro.

En marzo llegaron latas de mantequilla y barricas de leche en polvo para distribuir entre los niños de las escuelas nacionales. Una sobrealimentación que no venía nada mal. Unos meses más tarde, los niños y niñas que hicieron la primera comunión recibieron un desayuno sufragado por el Ayuntamiento, costó 536,50 pesetas y fue servido por Salvador Espada Moreno.

Y quien podía costearlo disfrutaba con los sabrosos buñuelos que elaboraba en su puesto Fernando Moreno Morales, que en febrero solicitó un permiso para poder seguir trabajando en la vía pública.

La falta de un sistema de saneamiento hacía que los vecinos arrojaran los desechos domésticos a las acequias de riego. La falta de salubridad originaba quejas de algunos vecinos, como Concepción Martín López, que habitaba en las Casillas Nuevas (lateral este de la plaza de la Iglesia), que se entrevistó en Marbella con el alcalde Francisco Cantos, para protestar por el vertido de basuras y excrementos en la acequia y alrededores de su vivienda. El alcalde ordenó a la policía municipal que extremara la vigilancia en tan céntrico lugar.

En marzo se hizo una reparación del lavadero, situado donde está ahora la plaza Agüera, cuya agua venía de una gran acequia por la carretera de Ronda abajo. Los materiales, abonados a Antonio Peña Jiménez, costaron 2.628 pesetas, mientras que los jornales desde los días 19 al 25 de mes supusieron 473,56 pesetas. Las sampedreñas podían seguir lavando y secando su ropa al sol.

A comienzos del año 1956 se reorganizó el servicio de impuestos a los productos de consumo, los llamados arbitrios. Se encargaban del cobro tres empleados y se instaló en el cruce con la carretera nacional una caseta de madera para controlar la entrada de mercancías a la localidad. Se pretendía acabar con el fraude, como el cometido por el conductor del automóvil oficial del Ayuntamiento de Marbella, que trajo cuatro kilos de carne desde Málaga, sin haber pagado el impuesto correspondiente.

Transcurridos 50 años se lava, se centrifuga y se seca la ropa en casa, aunque alguien eche de menos el lavadero. Hemos ganado comodidad. En cambio, con la población multiplicada un 400 por ciento entre los ríos Verde y Guadalmina, ni Guardia Civil ni Policía Nacional disponen de cuartel o comisaría en esta zona. Hemos perdido seguridad.