Este año de 2018 se cumple el 75 aniversario de la creación de la Comunidad de Regantes de San Pedro Alcántara.

Con la parcelación de la colonia de San Pedro Alcántara fue necesario regular el aprovechamiento del agua entre los nuevos, y numerosos, propietarios. Así, en 1943 se constituye la Comunidad de Regantes de San Pedro Alcántara, que afectará a las tierras regadas con los ríos Guadalmina y Guadaiza, además de otros arroyos entre los que se encuentran el del Chopo con el embalse de Las Medranas, y el arroyo de La Leche con el embalse de su mismo nombre. De la misma fecha debe de ser la formación de la comunidad de Guadalmansa-Cancelada, para la regulación del territorio más occidental de la colonia.

El 29 de marzo de 1943 se reunían en el salón capitular del Ayuntamiento de Marbella, bajo la presidencia del alcalde Enrique Belón Lima, los propietarios de tierras regadas por el río Guadaiza Fernando Marín Galbeño, José Vázquez Delgado, Francisco Martín Granados, María Jiménez de la Cueva, Felipe Gómez Moreno, Salvador Gil García y Pedro Martín Granados. El objetivo de la reunión era acordar las condiciones de riego de sus fincas con las aguas, provenientes del río Guadaiza, y se solicitó al alcalde su intervención para regular el reparto y otras condiciones que afectaban. Como conclusión se eligieron a los dos primeros propietarios como representantes para que gestionasen un acuerdo que regulara el uso de las aguas del citado río.

Poco tiempo después, el 30 de agosto del mismo año, Norberto Goizueta Díaz, propietario de la hacienda Guadalmina, la mayor de las fincas segregadas de la colonia agrícola de San Pedro Alcántara, se dirigía al alcalde para constituir la comunidad de regantes de las aguas de los ríos Guadaiza y Guadalmina, incluyendo los embalses de Las Medranas y de La Leche. Alegaba Goizueta que el número de propietarios afectados era superior a 150 y el número de hectáreas a regar superaba las 250.

El 29 de octubre de 1943 la reunión se celebró en el salón de sesiones del Ayuntamiento de Marbella, presidiendo el alcalde accidental, José Maldonado Cabrero. Asistieron algo más de 50 propietarios afectados, sin citar las representaciones autorizadas, y se aprobó constituir la comunidad de regantes. El alcalde, teniendo en cuenta la falta de asistencia de las personas afectadas, en torno a 100, propuso nombrar, y así se hizo, presidente interino a Norberto Goizueta Díaz y como secretario a Cristóbal Parra Sánchez, y formar una comisión para elaborar las ordenanzas y reglamentos, de la que formarían parte, además de los dos citados, Juan Robledano Ruiz (que representaba a la sociedad de la colonia), Carlos Mackintosh Flores, Fernando Marín Galbeño (uno de los peticionarios del mes de marzo), Francisco Ruiz Romero y Francisco González Sánchez. Se acordó que las siguientes reuniones, para discutir y aprobar las normas pendientes, se harían en el local de la Central Nacional Sindicalista de San Pedro Alcántara.

En la actualidad, 2018, las aguas siguen corriendo por las acequias trazadas por la antigua colonia. Un patrimonio digno de conocer y conservar, cuyo elemento más significativo son los embalses de Las Medranas y La Leche.

A través de un documento inédito del año 1868, procedente del Archivo del Marqués del Duero (Jerez de la Frontera) nos acercamos a la intención de lograr una parroquia propia para San Pedro Alcántara. Se argumentaba las incomodidades para las prácticas religiosas de los colonos, al depender de tres parroquias distintas: Marbella, Estepona y Benahavís, las mismas que correspondían al territorio donde residían. Y se asociaba con una reciente disposición gubernativa, que concedía rango de ayuntamiento al establecimiento sampedreño.

Enlace al artículo completo, publicado en Vivencias de Hermandad, n.º 9 (2017), revista de la Hermandad de San Pedro de Alcántara:

San Pedro Alcántara 1868. El intento de una parroquia propia. Revista «Vivencias de Hermandad n.º 9»

 

El programa tiene 121 años. Bien se merece un comentario, por ser el más antiguo que conocemos, por ahora, y por trasladarnos como fue esa feria. Y si no fue la primera, porque habría otras antes, se trató de ¡una feria de primera! De postín. Fiesta para regocijo de los habitantes de San Pedro Alcántara y de los pueblos cercanos. Bienvenidos eran. Bienvenidos son.

Aunque el pasquín, conservado y divulgado por la familia Amores, no anuncia feria, sino fiestas, exactamente GRANDES FIESTAS. Así, en la portada un marco floreado encierra la leyenda: “Grandes Fiestas en San Pedro Alcántara, en los días 19 y 20 de octubre de 1896”. Tiene como figura central una rolliza mujer que enseña las pantorrillas, quien toca un bombo con la mano izquierda, mientras que en la derecha lleva unos platillos, anuncio de jornadas de jolgorio y ruptura con lo cotidiano, imagen que contrasta con dos modosos angelitos que custodian las esquinas inferiores del recuadro. Festividad religiosa y profana.

El alarde tipográfico continúa en el interior donde se alternan diferentes tipos de letras a distintos tamaños y un par de dibujos, en uno un banderillero cita al toro, referencia a la capea y lidia de reses bravas que estaban previstas, y en el otro un arlequín con su característico traje a rombos aparece con ademán de desplazarse, invitando a los juegos, a la cucaña o al baile.

Metidos de lleno en el programa, hay que anotar que no hay víspera. Ya que las fiestas comienzan el mismo día 19, correspondiente al Santo Patrón. Y en cuanto a la duración es de tan sólo dos días, 19 y 20, que les sabrían a poco a los trabajadores de la colonia, del campo y de la fábrica.

El primer día la Banda de Música de la vecina Marbella despertarían a los sampedreños con una diana a las 6 de la mañana (quizá haya que sumarle un par de dígitos por los cambios modernos en los horarios). La parte religiosa del programa se abre a las diez de la mañana con una misa solemne cantada, debida al compositor Calahorra. Y tras el panegírico del santo alcantarino por parte de un reconocido sacerdote, la imagen de San Pedro de Alcántara recorrería las calles del pueblo.

Concluida la sección religiosa todo sería fiesta. A las dos de la tarde juegos infantiles y elevación de globos y fantoches. Mientras que a las cuatro llegaría la diversión para los mayores, primero con una capea de reses bravas donde los más valientes del lugar se lucirían ante sus paisanos. Y por fin la corrida, a cargo del diestro malagueño Tomás Monge, alias El Pata, que ayudado de su cuadrilla daría muerte a un novillo. Toda una consideración, ya que en otros pueblos la res después de la lidia era devuelta viva a los corrales. Pero en San Pedro Alcántara, no. Para eso tenía su propia y acreditada ganadería. Tenía que notarse el poderío económico de la compañía propietaria de la gran finca, en esos años la francesa Société Sucrière de la Colonie de San Pedro Alcántara, dispuesta a derrochar en los días feriados.

Delicados farolillos de papel, o sea iluminación a la veneciana, adornarían y darían esplendor al baile en la plaza de la Iglesia. Imaginemos la bella plaza, circundada por el grandioso templo, la Villa de San Luis, la Casa Administración (de Robledano), la Casa de Dependientes (Casillas Nuevas) y las demás viviendas. En su centro música y baile para todos.

El día 20 la banda marbellí repetiría diana. Y a las diez habría carreras de cintas con burros, y también los mismos animales competirían en una carrera con premio… al más lento. Seguiría una cucaña. Y a las dos de la tarde volverían los juegos para niños

Lo más original de este programa de 1896 es lo que venía a continuación. “Grandes moragas andaluzas”. La celebración, con guitarras y otros instrumentos, se trasladaba a la playa, toda una originalidad y acierto, para degustar espetos, antiguo plato de pobres que se ha convertido en manjar de ricos por sus precios actuales. Y se advierte que quien desee utilizar cubiertos tiene que llevarlos, pues la costumbre es no utilizarlos. Aquí leemos entre líneas una advertencia a los empleados, técnicos y dirigentes, extranjeros y también españoles, que no estaban acostumbrados a manejar las sardinas con los dedos. Ese grupo selecto de personas podrían disfrutar en los almacenes de la playa de un “Gran baile de sociedad”. Ignoramos que haría mientras tanto el común de los mortales. Lo que sí sabemos es que a los doce la banda entonó una retreta como fin de la festividad. Al día siguiente tocaba incorporarse a la dura labor de cada día. Pero todos recordarían que en 1896 tuvo lugar una ¡feria de primera!, anunciadas como GRANDES FIESTAS EN SAN PEDRO ALCÁNTARA.

Publicado en el programa de la Feria y Fiestas de San Pedro Alcántara de 2017.

 

En la plaza de la Iglesia se conservan dos edificios de la antigua colonia agrícola de San Pedro Alcántara. Uno de ellos es el templo parroquial, levantado en tiempos del marqués del Duero, fue abierto al culto en el verano de 1869. El otro, la Villa de San Luis, era la vivienda de la familia Cuadra Raoul, construida en la década de 1880, por lo tanto, de una segunda etapa de la historia sampedreña, cuando residía en ella doña Clara Raoul, marquesa viuda de Guadalmina, con sus hijos.

Pero, ¿quién era la señora Clara? Aquella joven de buena posición nacida en Nueva Orleans, que había abandonado su lujosa mansión de París, para llegar a este remoto lugar de la costa andaluza. ¿Cuál había sido su periplo vital?

Comencemos. Clara Raoul y Albora, hija de un general francés, nació en la ciudad estadounidense de Nueva Orleans en 1820. En 1844 vivía en Guatemala con su marido, Luis Manuel de Cuadra y González de la Rasilla, un sevillano nueve años mayor, con buenos negocios en ese país, aunque ella no le iba a la zaga en cuanto a bienes patrimoniales, al aportar una elevada dote en su boda, y más tarde una abultada herencia.

Los lugares de nacimiento de los hijos son muy significativos de la trayectoria existencial, y también económica, de la familia Cuadra: el primogénito Luis Antonio vio la luz en Guatemala (1847), le siguieron Mariano en Sevilla (1850) y Alberto en París (1864). De las dos hijas, Clara y Julia, desconocemos esos datos.

En París la familia residía en una lujosa mansión, y Luis Manuel de Cuadra participaba del amplio flujo comercial y financiero que discurría entre Francia y España, no en vano era representante del marqués de Salamanca, hombre clave de los negocios al más alto nivel, y de la corrupción, en el entramado económico y político de nuestro país. Como banquero, Cuadra participó de un tercio del préstamo de cerca de 8.000.000 de reales (los dos tercios restantes correspondían a Joaquín de la Gándara), al marqués del Duero, quien no pudo afrontar su devolución, por lo cual San Pedro Alcántara pasó a manos de los prestamistas en 1874.

Años después, tras la muerte de Luis Manuel de Cuadra en 1876 (nombrado marqués de Guadalmina en 1875), la familia Cuadra se haría con la participación de Gándara y se trasladó a vivir a la colonia. Tenía invertido mucho dinero y había que controlar el negocio de cerca. Fue entonces cuando la marquesa viuda de Guadalmina adquirió un terreno de 12.367 metros cuadrados, según la inscripción registral de 1887, en el lateral norte de la plaza, al lado de la llamada Casa Administración (conocida después con el nombre de Casa Robledano y que fue demolida en 1994). Resulta llamativo que figurara a su nombre la única propiedad particular incluida en el latifundio de más de 3.000 hectáreas. Quizá porque quería asegurarse su tranquilidad, frente a otros inversores ajenos a la familia.

Allí se levantó una casa, mejor dicho, un hogar, para ella y sus hijos. Una construcción alejada del estilo andaluz, y que recuerda al francés, no en vano la cultura original de Clara Raoul era la del país vecino. La vivienda se encuentra exenta por todas sus fachadas, destaca la verticalidad de huecos y ventanas, con el realce de sus marcos. Consta de tres plantas, la baja, la principal y una tercera abuhardillada. La puerta se encuentra en el centro de la planta baja, y se llega a ella a través de una breve escalinata. Encima, un balcón con voladizo se sustenta sobre pilares de hierro fundido. A su alrededor se cultivaban un hermoso jardín y un feraz huerto, rodeado por una tapia con acceso a la plaza a través de una gran reja de hierro.

Desde el balcón de su hogar, la señora Clara podría observar las casitas bajas de las tres calles que componían el pequeño pueblo, más alejados los cañaverales, que llegaban hasta el mar, contraste de verde y azul que le recordarían paisajes de infancia y juventud en Nueva Orleans y Guatemala. A la casa se le llamó Linda Vista, por el sugestivo panorama que se divisaba desde ella, y también Villa de San Luis, alusivo al nombre de su esposo y de su hijo.

Pasado el tiempo, y disgregadas las fincas de la colonia, el Ayuntamiento de Marbella adquirió el inmueble en 1946, en los inicios del proceso de municipalización de los servicios públicos. Se vendió a particulares el terreno circundante, con la oposición de los concejales sampedreños, y el edificio se dedicaría a escuelas, centralita telefónica, oficina municipal. En la actualidad es sede de la Tenencia de Alcaldía de San Pedro Alcántara. Un enclave con un pasado peculiar y relevante.

Publicado en el Programa de la Feria y Fiestas de San Pedro Alcántara 2017.

Algunos vecinos recuerdan la plaza con el nombre de la Fuente por la situada allí, en algunos momentos la única del pueblo. Sin embargo, la denominación oficial es plaza de la Iglesia. Y es que el templo erigido en su lateral oeste era, y sigue siendo, el edificio más imponente de la misma, símbolo del poder religioso y de las ideas moralizantes con las que pretendía impregnar el marqués del Duero la marcha de su colonia desde los inicios.

La bendición y apertura al culto del templo se produjo el domingo 22 de agosto de 1869, según comunicaba Ángel María Chacón a Manuel Gutiérrez de la Concha, expresándole su satisfacción por el acontecimiento:

Hoy he tenido un día muy agradable, porque cuando me confió usted la Administración de la Colonia concebí tres pensamientos: constituir el gran centro productor a que usted aspiraba; garantizar para la industria esta producción; e inaugurar la iglesia proyectada para reconcentración de las costumbres morales del nuevo pueblo agrícola e industrial.

Estas ideas del administrador principal, que compartiría sin duda con el marqués del Duero, nos indica lo que San Pedro Alcántara significaba para el fundador y sus colaboradores más directos, algo más que un simple establecimiento agrícola e industrial, esto es una nueva población en la cual al bienestar material de sus habitantes debía sumarse el espiritual, impregnado de un claro sentido paternalista.

Para inaugurar la iglesia fue necesario sacar del edificio una serie de objetos que se almacenaban en su interior: aperos, sacos de abono mineral y el taller de carpintería que incluía una máquina de aserrar madera. Motivado por la falta de espacio para los materiales, los animales y los hombres, a pesar de la afanosa construcción de nuevas viviendas, almacenes y tinados. No está de más recordar que ese año mismo año de 1869 se finalizó la Casa de Dependientes, debido a la notable afluencia de colonos que llegaban deseosos de incorporarse al proyecto sampedreño; situada frente a la iglesia, se conoció popularmente con el nombre de Casillas Nuevas, por desgracia hoy ha desaparecido.

En línea con lo que exigía el militar promotor, todo debía organizarse con meticulosidad, y con el fin de dotar a la colonia con instituciones propias, al año siguiente de abrir el templo, concretamente el 19 de octubre de 1870, se hacía entrega al nuevo administrador, Fernando Rosado Guzmán, nombrado mayordomo de la Cofradía de San Pedro de Alcántara —la cual se puede considerar como antecedente de la actual Hermandad— de los enseres de culto, y se especificaban en el acta de entrega algunas normas de funcionamiento, como la libra de cera mensual que debían aportar los diez colonos que tenían tienda. Al mismo tiempo se cedían las imágenes que se veneraban en la iglesia, entre ellas la que representaba al patrón, una notable talla donada por las monjas Catalinas de Málaga.

En cuanto a la tipología del templo encaja en una arquitectura colonial, quizá recordando el origen americano de Manuel Gutiérrez de la Concha. Destaca su fachada de entrada, situada en la parte opuesta al altar mayor, compuesta de un triple pórtico en la planta baja, con arcos de medio punto que se corresponde con la nave central, mientras que los dos espacios contiguos lo hacen con las naves laterales. La torre, levantada en el eje central de la fachada, tiene forma prismática y con tejado a cuatro aguas, dispone de arcos de medio punto en cada uno de los frentes, dejando ver las campanas. Este conjunto de torre pórtico, queda elevado en relación al nivel de la plaza a través de una corta y amplia escalinata. En el interior la nave central está cubierta con una bóveda de medio cañón, mientras que las laterales lo hacen con bóvedas de arista. Por su parte, la capilla mayor desarrolla un espacio en ábside y está cubierta con una bóveda semiesférica, mientras que en el lado opuesto existe un pequeño coro en altura.

Ha transcurrido siglo y medio de fe religiosa, desde que en 1869 se bendijera la iglesia en honor a san Pedro de Alcántara. Y siglo y medio de otra fe, en la capacidad del hombre, desde que Manuel de la Concha fue adquiriendo las fincas que conformaron la colonia. Creencia en el propio esfuerzo y en el de los hombres y mujeres que llegaron para poblar este territorio. Virtud y trabajo, como indica el lema del escudo de la colonia.

Esta fe sampedreña, la divina y la humana, múltiple y heterogénea como los lugares de procedencia de los habitantes del lugar, se ha mantenido con el transcurrir del tiempo, a pesar de inconvenientes de todo tipo. Esa convicción en las propias posibilidades, en la historia común, en la historia que se escribe día a día, con el ejemplo de los vecinos más nobles, los que son y los que fueron. Esa perseverancia identifica a San Pedro Alcántara como pueblo.

Publicado en el programa de la Feria y Fiestas de San Pedro Alcántara 2016